Estoy a tres decepciones de un golpe de genio. Así, tal cual. Este tipo de decisiones nunca son buena idea, pero considero que son un claro indicador de que toca echar el freno (en la medida en que la economía de cada cual lo permita), replantear algunas cosas y volver a lanzarse al ruedo.

Cualquier trabajador autónomo en España sabe que hay un par de puntos complicados, sobre todo en los inicios, pero que toca asumir con resignación: los costes sociales y los costes del negocio (vehículo, seguro RC, material, lo que sea). Aquí no voy a entrar, tiene poco sentido quejarse de algo (de unos tramos, de una carga fiscal, de lo que sea) que no está en nuestra mano cambiar: por lo menos, en el corto plazo. (Además, para eso surgen iniciativas muy loables como lucha autónoma, por ejemplo.)

De lo que sí me gustaría hablar es del valor percibido y de cómo esto afecta mucho a la creación de un sector fuerte para el cuidado y bienestar de los animales. En los últimos años, percibo cómo ocurre algo en la educación canina, que sería impensable en otros sectores: incluso en el copywriting, que nunca se ha mantenido ajeno a los intentos de precarización.

Valor real, valor percibido

Cuando la diferencia entre el valor real y el valor percibido es tan grande como en el sector de la educación canina, te encuentras muchas dificultades para poder ofrecer un servicio atractivo y dar continuidad al trabajo. A diferencia de otros sectores, como educador comercial —habla aquí mi experiencia práctica y la de otros/as compañeros/as— se unen varias cosas:

  • Los nuevos trabajos tienen un coste de esfuerzo inicial notablemente alto, como puede ocurrir con una gestoría: entrevista, planteamiento del caso, propuesta…
  • El tiempo medio de un caso es variable y se une a una rotación de clientes elevada: entran un gran número de variables, desde la dificultad del caso hasta la implicación de las familias, pasando por la percepción real del problema del cliente, el manejo que se hace del perro…
  • Por tradición, el valor real del trabajo (que suele rondar, los 20-30 euros netos por hora, si lo monetizamos) y el valor percibido por el cliente tiene un abismo entre los dos; no ayudan ideas efectistas (que el perro deje de tirar de la correa, que se haga amigo de todos los otros perros) que rehúyen enfoques más holísticos/globales. Esto trae cola, y viene del adiestramiento canino tradicional.

Todo ello, plantea un problema de negocio muy cercano al que pueden tener los psicoterapeutas, con la diferencia de que la percepción real del trabajo (nuestro paciente) no tiene tanto peso como la percepción del cliente (la familia). Por todo esto, no me sorprende que muchos de los negocios de educación canina actual se centren en otro tipo de mercado ajeno a las familias.

El valor percibido es el valor que los clientes están dispuestos a pagar por un producto o servicio de acuerdo con la apreciación que tienen sobre él. El precio que la empresa establece para ese producto normalmente considera el valor percibido o lo que el cliente está dispuesto a pagar.

Fuente: blog de Hubspot

Dónde se concentra el esfuerzo laboral

Por un lado, grandes divulgadoras y etólogas como Alba Benítez, de Simiperrohablara, hace varios años que redirigieron su carrera profesional hacia sectores más lucrativos. Algo similar ocurre con espacios como SrPerro (en este caso, ya nació con otro enfoque), Filosofía Animal, que cuenta con educadores en plantilla, pero está centrado en formación, o Habla con Ellos, que se lucra de una academia on-line, muy bien parida, si se me permite. No tengo ni la más remota idea del día a día de estas personas, pero, desde fuera, esta es mi sensación.

En otras palabras, grandes educadores caninos concentran su esfuerzo laboral en trabajos ajenos a la atención directa con el cliente, y aquellos que lo hacen, como pueden ser escuelas formativas de alto nivel en España, como Takoda, Natural Gos, El Educadog o Educan, monetizan sus servicios de adiestramiento y modificación de conducta apoyados, principalmente, en la formación. Además, los que ya llevamos unos años arremangados, vemos cómo la cosa no tiene visos de ponerse mejor: sobre todo, si se vienen curvas y una crisis económica global.

70 euros, y el coste de oportunidad

Si fuese tan simple como revisar el enfoque entre lo que se espera y lo que se cobra, la cosa tendría mejor solución. El problema, a mi modo de ver, es que a medida que se cuenta con equis conocimientos, llenar tu semana de sesiones (con los riesgos lógicos de cancelaciones, cambios de última hora y, lógica, rotación de clientes) supone perder un coste de oportunidad (escoger A, y perder la oportunidad de escoger B, C y D) demasiado elevado. De ahí mi lectura: de ahí que muchos profesionales opten por realizar formación o reorientar sus marcas hacia sectores más lucrativos, o que les puedan generar ingresos indirectos.

No es culpa del cliente. Ni del mercado. No es culpa de los educadores y etólogos. Es culpa de todos, de la percepción y de la herencia que arrastramos. En otras palabras, no es culpa de nadie, pero lo vamos a pagar todos.

Este año me ha dado por estudiar en la UOC, que lo echaba de menos. Y leía el otro día algo que está un poco relacionado con todo esto: el sistema económico en el que todos nadamos para no hundirnos, nos demanda también flexibilidad y autenticidad, ¡y qué difícil parece unir estos dos conceptos en un sector como el animalista! En fin, que esos 70 euros que suponen una sesión, también deben tener en cuenta el coste de oportunidad, y cuando te empiezas a preguntar si prefieres B o C frente a los 70 euros… pues supongo que coges carretera y manta.

El mercado siempre tiene la razón. No porque esto sea cierto, sino porque de otro modo te vas a ahogar, y parece que hay pocos botes salvavidas libres.