Para llegar hasta este artículo se me han juntado varias cosas. Por un lado, tengo que preparar una entrada de blog muy similar en un plan de contenido del que todavía no me dejan hablar; por el otro, esta semana empiezo una nueva andadura por la universidad (virtual, esta vez). El artículo del que os hablo reúne los puntos principales de los pet influencers, estos animales de familia (mascotas, para entendernos) que se han hecho famosos en redes sociales; el máster es de filosofía y, entre otros ámbitos, también trata las perspectivas éticas fundamentales en el siglo XXI a lo largo del temario.
Vamos, que viene que ni pintao’.
Contenido del artículo
¿Qué son los pet influencers? Doug The Pug y otras estrellas
Si no tienes ni idea de qué hablo, échale un vistazo a cuentas como Doug The Pug, Jiffpom, Juniper Foxx o RealGrumpyCat. Estos son lo más de los más, los Johnny Depp y Amber Heard, los Dulceida e Ibai. Después, hay decenas de miles de cuentas con muchos, muchos seguidores. A priori, tiene todo el sentido del mundo. Seguimos a los bichejos influencers por la misma razón que a los humanos influencers, para estar informados, conocer su opinión (en este caso, la de sus tutores), interactuar o, simplemente, porque lo que hacen nos parece original y creativo.
La principal diferencia es que si yo me veo un Reels de Rubentonces, que me lo veo, porque me parece un chaval majete y con hobbies similares a los que yo puedo tener, sé que ha sido él quien ha creado el material (no pongo de ejemplo a Nachter, por razones obvias) y está realizando el trabajo. Pero ¿ocurre lo mismo con los animales? A través de una pantalla, no siempre es fácil diferenciar cuándo un perro, un gato u otro animal, lo está pasando bien o todo lo contrario.

El primer influencer de los mass media: Valentín, de Aquí no hay quien viva.
The Kachorra Files
Te hablaré un poco de un caso que resume bien algunas de las visiones predominantes. Para ello, aprovecho el caso de Kachorra Solidaria, una carlino (pug) que tuvo cierta relevancia hace unos cuantos años y, pobre, ya falleció (aunque el proyecto continúa). En menor medida, la relevancia de Kachorra (con k) vino por ser una perra rescatada que, con su historia, ayudaba e inspiraba a terceros a proteger a otros animales y, según sé, cristalizó en una asociación sin ánimo de lucro.
No conozco los detalles de la historia, por lo que me centraré en los argumentos más oídos: los que estaban en contra, decían que exponían a la perra para lucrarse; los que estaban a favor, decían que esa exposición, virtual y física, nunca fue negativa y que incluso ofrecía ventajas; entre medias, pululaban ideas dispares (sobre todo, aquella que dice: el fin justifica los medios).
¿Qué dice la pirámide de Maslow canina?
Pero ¿qué decían los críticos? A menudo (en este y otros casos), se señala que no se está permitiendo que los animales cumplan las cinco libertades del bienestar animal: en especial, estar libre de temor y angustia y no poder manifestar un comportamiento natural, propio de su especie. Si el perro no está acostumbrado o preferiría no estar en ese lugar o haciendo algo, probablemente tengamos que replantearnos por quién lo hacemos, ¿verdad? A grandes rasgos, este sería el argumento.
Un negocio de miles y miles de euros…
Lo que se ha explicado aquí a pequeña escala, a gran escala tocaría multiplicarlo por miles y miles de seguidores y euros. Entonces, aparecen las agencias de influencers y las marcas. El objetivo está claro: aprovechar el éxito de estos pet influencers y la viralidad de sus publicaciones para aumentar su alcance. Tenemos gatos en piscinas en TikTok, perros que «hablan» con botones, animales viajeros, y un largo etcétera. Sin embargo, no siempre está claro si, detrás del smartphone, hay una persona interesada en escuchar, comprender y adaptar ese contenido a las necesidades del animal, o es la «mascota» (aquí, quizá la palabra no me rechina tanto, por desgracia) quien debe adaptarse a las necesidades de un plan de contenido.
No siempre está claro si, detrás del smartphone, hay una persona interesada en escuchar, comprender y adaptar ese contenido a las necesidades del animal, o es la «mascota» […] quien debe adaptarse a las necesidades de un plan de contenido.
Por suerte, igual que en otros ámbitos, la ética va ganando terreno. ¿Qué tipo de ética? Eso no es muy importante aquí, porque todas estarían de acuerdo en la búsqueda y defensa de esos mínimos—sea el consecuencialismo, la ética deontológica o la ética de la virtud—, en realidad.
Seguimos viendo muchísimos vídeos, y reels, y tiktoks, en los que se prioriza el reto al animal, pero cada vez están más criticados y señalados, perdiendo parte de la relevancia que una vez tuvieron. Quizá, ese perfil de creador de contenido no haga caso a la ética, pero seguro que se mueve hacia donde van las audiencias y, con un poco de suerte, será hacia un trato más empático, que promueva el bienestar. Hablo de felinos a los que se les asusta con calabacines, o piscinas, o correas de paseo mal introducidas en su rutina, a perros a los que se les ignoran señales de calma o advertencia por ser un chihuahua… y no un pitbull o un gran danés.
Con los pet influencers, la ética gana terreno
Queda a debatir un tema más, del que podríamos hablar largo y tendido: ¿es ético lucrarse del trabajo de tu perro o tu gato? Sin embargo, como este suele ser un trabajo cooperativo, y suele revertir en un beneficio directo para el animal, quizá la pregunta no tenga tanto sentido. El epítome sería lucrarse con tu colega peludo y, ni tan siquiera, mejorar su calidad de vida o el tiempo que pasamos con él o ella, pero pensemos (y esperemos) que, si existe alguien así, será una minoría en franca decadencia.
En resumen, si respetamos todas las libertades de bienestar, escuchamos lo que nos dice el animal y le colocamos en el centro de la toma de decisiones para adaptar ese contenido, los pet influencers son otro espacio divertido, lucrativo (¿por qué no decirlo?) y seguro para todos. Por desgracia, cuando uno tiene nociones de etología y comportamiento animal, descubre que esto no siempre es tan idílico, y que muchos animales influencers están al servicio de la facturación de sus familias.
El principal problema es que, por ahora, existe un vacío legal y, sobre todo, que no podemos ver qué hay detrás de una pantalla, porque si nadie se preocupaba de cuántas horas trabajaba el ‘niño José Miguel’ en Aquí no hay quien viva, ¿quién iba a preguntar cuántas tomas llevaba el perro de Vicenta?
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